Jorge Luis Borges y Julio Cortázar pertenecen ambos al género fantástico, aun así sería una aberración afirmar que se mueven por la misma fantasía, pues delatan con sus obras la generalización, y por tanto, reducción, de lo que significa género fantástico. Quizás sería necesario adjetivar el sintagma...por parte de Cortázar quedaría algo así como: género fantástico psicológico minimalista con destellos de realismo mágico blablabla (una verborrea innecesaria). Y bien, en este artículo pretendo poner a flote las principales diferencias entre estos dos monstruos de la ficción que de forma muy distinta han sabido tocar el talón de Aquiles de la literatura, trastocando sus definiciones y reorientando sus estudios. La manera que tienen de tratar a sus personajes, el espacio-temporal en que sitúan sus cuentos, la relación que establecen con el lector, la disimilitud que hay entre ellos en el entendimiento del género fantástico y su posición frente a la literatura serán los temas principales.
Borges trabaja con los personajes de sus cuentos de forma despersonalizada, según él: “…somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso. (…) Ese es el problema que no podremos nunca resolver: el problema de la identidad cambiante (…) Estamos continuamente naciendo y muriendo. (…) ¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros?” (Missana, S. 2003). No somos algo que podamos describir, no tenemos unos rasgos definidos, sino que más bien estos fluyen y se dejan influenciar por el entorno, el entorno nos construye así como nosotros lo construimos a él, y por ello en sus cuentos nos encontramos con personajes que podrían ser cualquiera. Lo que destaca no es su personalidad, sino sus acciones y pensamientos sobre las situaciones que tienen que afrontar. Borges trabaja sus personajes desde un punto de vista general, sin miras a lo particular, a las diferencias, propone estereotipos y los sitúa en un espacio y en un tiempo remotos donde se desarrollará la acción. En el cuento de “El inmortal” por ejemplo, Joseph Cartaphilus llega a la conclusión de que el yo está construido con palabras de otros “palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, la pobre limosna que le dejaron las horas” (p.22). En una conferencia que da Borges sobre “La inmortalidad” en 1978, dice: “Nuestro yo es lo menos importante para nosotros. ¿Qué significa sentirnos yo?”, el afuera es el que da estímulos “que proporciona acoplamientos” (Missana, S. 2003) al yo. Si se piensa que el hombre es único, se llega a lo insondable, a lo imposible, por eso prefiere “despojar sus personajes de espesor carnal y espesura psicológica” (Yurkievich, S. 1994).
Por lo que atañe a los que trabaja Cortázar en sus cuentos, nos damos cuenta de que se da todo lo contrario: “él quiere entrar en la piel y en la psique de sus personajes” (Yurkievich, S. 1994). De manera que se preocupa por lo que hace a la diferencia, a lo particular, a lo excéntrico y único de las personas. Un ejemplo lo encontramos en su cuento “El perseguidor”, en el cual, Johnny Parker es un famoso saxofonista derrotado, que busca psicológicamente el sentido de él mismo, del tiempo, de sus emociones, de su música, pero no lo entiende, la verdad se le escapa de las manos e indaga en la psique para buscar respuestas: “bueno, no a comprender porque la verdad es que no comprendo nada” (p. 58). Otro ejemplo en la línea de este buscar sentido y no encontrarlo: “es fácil de explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar” (p. 64). Los personajes tienen conductas y pareciera que en situaciones distintas tendrían otras, Cortázar los conoce, esa es la impresión que nos da al leerlo, y quiere destacar algo fantástico de estas personalidades, algo mágico que se escapa de lo real. Cortázar sitúa sus historias en un ambiente moderno y bastante corriente, en el cual uno puede sentirse identificado por la familiaridad que proporciona, pero sólo aparentemente, pues de allí sutilmente nacerá lo fantástico, de lo más normal surgirá lo extraordinario. En Rayuela, las calles de París son un lugar de encuentros y desencuentros entre Oliveira y la Maga, pero esas calles no son sólo calles, -“lo fantástico interviene como afán de apertura hacia las zonas inexploradas” (Yurkievich, S. 1994)-, sino que son una suerte de magia que une, mediante la casualidad, a la pareja, y esta casualidad permanece en todo momento fuera del esquema cartesiano de causa-efecto. En Rayuela se crea “la construcción de una realidad que escapa al mismo planteamiento del libro una vez se logra atravesar la maraña tejida por el mismo” (José O. Alvarez). En cambio, los cuentos de Borges siempre nos trasladan a un espacio-temporal remoto, arcaico, que nos sugiere una especie de atemporalidad por las descripciones que hace respecto a lo que rodea la acción. Incluso en los cuentos que deberían tener un entorno moderno, nos da la impresión de que se trata de algo, si no antiguo, que se mantiene fuera del tiempo o que está en otro tiempo que no es el nuestro. Las palabras de Yurkievich lo describen muy bien: “Borges es deliberadamente arcaizante; todo lo remite a los modelos canónicos, a los universales fantásticos, a la imaginación ancestral”. Ejemplos de esto se encuentran en todos sus cuentos, por citar algunos: “El inmortal”, “Los teólogos”, “La historia del guerrero y la cautiva”, etc. Todos ellos remiten a un tiempo mitológico, que pareciera que hace una eternidad que ocurrió, o que pudiera haber ocurrido siempre.
Crea un laberinto espacio-temporal que desubica y lleva al lector a sentirse sumiso frente a la historia, llevado hacía donde quiere Borges que vaya. Para él, el mundo está desordenado, es un laberinto que no se puede desenmarañar porque el solo hecho de intentarlo despacha al hombre a otro laberinto aun mayor, y así infinitamente. Frente a este desconcierto, hasta la realidad es irreal. Hace que el lector desempeñe un papel alejado, enajenado del cuento, así como lo desempeña en la vida real, y de esta manera lo “elude (de) toda proximidad confidencial, (…) (de) cualquier llaneza intimista” (Yurkievich, S. 1994). Por el contrario, Cortázar crea un vínculo con su lector, lo que Northrop Frye llama el modo mimético inferior; el de la máxima proximidad entre el mundo narrado y el mundo del lector. Le da a éste un papel activo, quiere que piense con él, que participe de sus historias, que se identifique con ellas y averigüe sus elipsis, sus incógnitas, que se encuentre y desencuentre con las palabras y sus significados, creando así una “mayor complicidad con el lector, creando una relación de confianza psicológica y de inicial seguridad semántica” (Yurkievich, S. 1994).
Borges nos abre las puertas a una irrealidad fantástica como es la real, todo está escrito en los mitos, él solamente se vale de ellos para recrear sus ficciones: “los textos de los cuentos de Borges son como un espejo que invierte o revierte historias ya contadas, imágenes ya advertidas que capturan ese momento en que un texto dialoga con otro, ese momento en que un texto emerge como el reflejo de otro, como si uno contuviera, explícita o implícitamente, al otro” (José O. Alvarez). Por ello confabula, utiliza una suerte de metafísica, desordena las grandes historias, el legado de la cultura, y lo reordena a su manera, consiguiendo crear cuentos quiméricos, los cuales mediante laberínticas estrategias intentan averiguar la verdad quizás inexistente. En el cuento del “Aleph” el protagonista consigue ver esa verdad, esa totalidad sin límites a través del Aleph que tiene escondido en el sótano Carlos Argentino Daneri, pero, aun así, debe retornar a lo real, a su condición humana y a sus respectivas ataduras temporales que provocan que el olvido opere para poder seguir adelante. Además, si acaso se descubre la verdad en mayúsculas, como le ocurre al protagonista del Aleph, será dañina para la imaginación; Beatriz Viterbo ya no será la fantaseada mujer de “graciosa torpeza” (p.105), y eso le dolerá. La verdad pues, no siempre es lo que esperamos y, obsesionarse en su averiguación es una condición del hombre que puede llegar a resultar muy peligrosa, de hecho se corre el riesgo de que esta obsesión pueda transformarse en un “Zahir”, en una locura.
Cortázar, por su lado, “opera con un sistema simbólico diferente” (Yurkievich, S. 1994), sus textos son realistas y lo fantástico opera por desliz, por exageración, por perturbación de la normalidad. De esta manera introduce la magia que hace que el lector se sorprenda, se paralice o fascine, frente al relato, porque rompe los esquemas de la costumbre y nos lanza a lo desconocido, a lo otro, lo velado: “lo contrario de la mesurada, de la pausada, de la pulcra, de la parca instrumentación borgeana” (Yurkievich, S. 1994). Su cuento “Autopista al sur” es un ejemplo de este obrar por exageración; los coches pasan harto tiempo haciendo cola para llegar a la capital, a Paris. Primeramente nos quiere hacer conscientes de los días que pasan, pero después, a medida que avanza el cuento, el tiempo va desapareciendo, se relentece proporcionándonos la sensación de que pasan incluso meses hasta que no se logra deshacer ese atasco. Sus personajes se organizan para sobrevivir, el ambiente moderno y las facilidades que este proporciona al hombre, no les sirve en esos momentos; se hallan desprovistos de baño, de comida, etc. No tienen más remedio que emprender ellos mismos la empresa, por ejemplo; organizando grupos capitaneados para ir a buscar comida e informar de la situación de los otros vehículos y grupos. En este cuento se da todo lo que concierne a las relaciones humanas -el amor y la muerte aparecen-, pero aun así, al principio era una realidad familiar, una cola de coches como la que nos podemos encontrar al regresar a la ciudad un domingo cualquiera por la tarde. Así vemos que lo fantástico actúa como un “amplificador de la capacidad perceptiva” (Yurkievich, S. 1994). Para Julio Cortázar la literatura es una oportunidad de liberación de esta verdad objetiva que domina el sentido común, la utiliza como crítica y como renovación de las posibilidades de lo real, nos propone abrir los horizontes de la conciencia con un surrealismo que desvela lo velado, derrumba los muros que la ciencia y el hombre en general intentan construir para explicar la realidad. Borges en cierta manera también parte de esta premisa, la realidad no se puede explicar, todo son partes, puntos de vista que no diluciden una explicación absoluta, pero su literatura es completamente distinta, él se vale de la ficción, todo es ficción porque el mundo así es, todo es interpretación, la verdad sigue oculta si es que existe. Yurkievich dice: “Borges y Cortázar muestran las falacias de la objetividad mediante procedimientos diferentes”, si uno habla de lo fabuloso, lo completamente fantástico y quimérico, lo sobrenatural, el otro invoca una realidad psicológica que se escapa de los límites de la razón.
En definitiva, “Borges concibe la literatura como un texto cuyas constantes reverberaciones han producido y producirán todos los libros de esa hipotética "biblioteca total"” (José O. Alvarez), para él no existe la originalidad y por eso expresa que "todo hombre debe ser capaz de todas las ideas", la literatura es una repetición, es lo que Lavoisier había postulado en el siglo XVIII respecto a la naturaleza: "Nada se crea, todo se transforma," o lo que Henri Cartier-Bresson ha dicho respecto al arte: "No hay nuevas ideas en el mundo. Hay solamente nuevos modos de ordenar las cosas". Para Cortázar puede que no exista tampoco tal originalidad, pero al contrario de Borges hace que su lector sea activo, que se pregunte, que acompañe a sus personajes en busca de una respuesta. Tanto el uno como el otro no dejan de ser originales pese a ellos, pues los dos han representado un gran hito para la literatura hispanoamericana.
Ambos son escritores bonaerenses, algo común deben tener sus relatos, pero la hipótesis de que sus estilos literarios son completamente contrarios, queda explícita después de repasar el tratamiento que hacen de sus personajes; mientras Borges los despersonaliza y crea arquetipos, Cortázar los dota de conductas particulares que los hace únicos e inconfundibles. También el espacio-temporal en que sitúan sus historias hemos visto que difiere; así Borges nos remite a un tiempo arcaizante que podría ser cualquiera y Cortázar prefiere atañerse a lo contemporáneo y cercano. La relación con el lector de nuevo es diferente; Cortázar crea una complicidad psicológica y pretende hacer de su lector un personaje activo, en cambio Borges nos traslada hacia donde quiere él llevarnos, y su lectura implica una sumersión total en su mundo. Ambos tratan el género fantástico desde perspectivas distintas y, aunque estén de acuerdo en que la realidad no esta dada y no es objetiva, se valen de un sistema simbólico diferente para manifestarlo.
Bibliografía:
-Jorge Luis Borges: “El Aleph” (1995), ed. El Mundo Colección Millenium (las cien joyas del milenio).
-Julio Cortázar: “Reunión y otros relatos” (1983), ed. Seix Barral.
-Saúl Yurkievich: “Julio Cortázar: mundos y modos” (1994), ed. Minotauro.
-Sergio Missana: “La máquina de pensar de Borges” (2003) ed. LOM Colección texto sobre texto.
-José O. Avarez: “Parodia e intertextualidad de dos argentinos” página web: www.literart.com/antologia/borgescortazar.htm.